Kusen de Étienne Zeisler sobre el "Tenzo Kyokun" del Maestro Dogen [14/..]

 KUSEN

 (enseñanza oral durante zazen)

"TENZO KYOKUN"

del

Maestro DOGEN

Comentarios de Ètienne Zeisler


 [14/..]  

4 de agosto 1986 (07:00 h)

Alinearos bien sobre el vecino de la derecha. Durante kin-hin todo el mundo tenía una bella postura, ni una sola persona tenia mala postura. Los meritos de la sesshin se realizan naturalmente, incluso si vuestro cuerpo está un poco fatigado. Tanto en zazen como en kin-hin cada cual puede expresar la verdad más alta, incluso si todo el mundo es diferente. Inconscientemente podéis olvidarlo todo y volveros Buda. El kito es también muy eficaz.

Dogen escribió: “Después de haber preparado la comida, colocadla sobre una mesa. Poneros vuestro kesa, desplegad vuestro zagu, volveros hacia el dojo, ahí donde cada uno hace zazen: ofreced incienso y posternaros nueve veces. Después de lo cual llevad la comida al dojo. Día y noche, el tenzo debe consagrarse a las comidas sin perder un momento, Si puede desplegar toda su energía, entonces, a pesar de las dificultades, haga lo que haga, expresará naturalmente el Dharma. La responsabilidad del tenzo es que la sangha pueda practicar la Vía de la forma más estable.” 

He hablado ya de estabilidad, pero en francés y en español, estable es una palabra fija: se es estable. Dogen utiliza dos palabras para esto; dar un paso atrás, abstenerse de todo juicio, de toda emoción, de todo prejuicio, y al mismo tiempo mover el propio cuerpo, ponerlo en acción. Así pues, estable no quiere decir ser como una estatua.

“He aquí que hace setecientos años que el Dharma fue introducido en Japón”. Dogen va a hablar de su reencuentro con el viejo tenzo: la parte más conocida del Tenzo Kyokun. “He aquí que hace setecientos años que el Dharma fue introducido en Japón, y nadie nos había dicho que este trabajo en la cocina era la expresión del Dharma. Ningún maestro nos ha enseñado estas cosas. No se encuentra mención en ninguna parte, de la necesidad de hacer nueve sampais antes de ofrecer la comida a los monjes. Una práctica tal no ha florecido jamás en los espíritus de los hombres de este país. Aquí la gente no piensa más que en alimentarse como animales, sin prestar ninguna atención por la manera en que comen. ¡Que desgracia! Todo esto me entristece. ¿Por qué debe ser así?

Cuando estuve en el monte Tendo, un monje que se llamaba Lu, tenía a su cargo la responsabilidad de tenzo. Un día, después de la comida, cuando me dirigía de un edificio a otro siguiendo un corredor, divisé a Lu secando setas a pleno sol, delante de la sala de Buda. Tenía un bastón de bambú en la mano, y no llevaba sombrero en la cabeza. El sol pegaba tan fuerte, que las losas del camino ardían. Lu trabajaba duro, empapado en sudor. Yo no podía ayudarlo. Pensaba que este trabajo era demasiado duro para él. Su espalda estaba encorvada y sus cejas eran completamente blancas. Me acerqué y le pregunté su edad. Me dijo que tenía sesenta y ocho. Luego le pregunté por qué no se hacía ayudar por algún asistente. “Los otros no son yo”, respondió. “Es verdad, le dije. Me doy cuenta que vuestro trabajo es la acción del Dharma. ¿Pero por qué trabajáis tan duro bajo este sol abrasador? Él respondió: “¿Si no lo hago ahora, cuando podré hacerlo?” 

No tuve nada que responder, y caminando a lo largo del pasillo, comencé a sentir el verdadero significado de la función del tenzo. Yo había llegado a China en 1223, no había desembarcado todavía y residía a bordo del barco, en el muelle.

Un día de mayo, mientras hablaba con el capitán, un viejo monje vino al barco a comprar setas a los comerciantes japoneses que se encontraban a bordo. Le invité a tomar té y le pregunté de donde venia. Me dijo que era tenzo en el monasterio de Ayuwang. Añadió: 

- Soy natural de Chinsu. Dejé mi región hace diez años. Este año he cumplido sesenta y uno. He practicado en muchos monasterios de este país. El año pasado cuando vivía en Guyun, visité el monasterio de Ayuwang, y pasé mi tiempo sin saber que hacer. Después de las sesiones del último verano fui nombrado tenzo. Mañana es 5 de mayo y no tengo nada especial que ofrecer a los monjes. Tenía intención de preparar una sopa de pasta. Pero como no tenía setas he venido a comprarlas. Le pregunté:

-¿Cuándo habéis salido del monasterio?

-Después de la comida 

-¿Está lejos de aquí? 

-A unos veinte kilómetros. 

-¿Y cuando pensáis volver al templo? 

-Volveré una vez haya encontrado las setas. -No podéis imaginar la alegría que me ha dado encontraros.

-Si fuera posible me gustaría que os quedaseis un poco más. ¿Me permitís ofreceros alguna cosa? 

-Lo siento mucho pero me es imposible- contestó el monje. Si no estoy de vuelta mañana para preparar la comida, estará muy mal. 

-Habrá otros monjes para preparar la comida. No podrán sentirse molestos por vuestra ausencia. 

-En mi vejez, dijo el tenzo, tengo la responsabilidad de este trabajo. Esta es la práctica de un hombre viejo. ¿Cómo podría confiársela a los otros? Además, cuando he dejado el templo no he pedido permiso para pasar la noche fuera. 

- Pero ¿por qué, ya que sois viejo, trabajáis tan duro como tenzo? ¿Por qué no practicáis zazen o estudiáis los koans de los tiempos antiguos? ¿Existe un provecho particular en este trabajo de tenzo?

El viejo monje explotó en carcajadas. Y dijo:

-Valiente joven extranjero, no comprendes nada de lo que es la práctica, como tampoco entiendes el sentido de las palabras.

Cuando escuché esto tuve una reacción instintiva de retirada, y me sentí completamente avergonzado. Le pregunté inmediatamente: 

-¿Qué son las palabras, cual es la práctica? 

-Si no cometes ningún error sobre este punto, serás un hombre de la Vía. 

–Pero en esa época, yo era incapaz de comprender el significado de sus palabras.

-Si no comprendes, ven a mi monasterio y podremos hablar de la naturaleza de las palabras.

Diciendo esto, se levantó rápidamente.

-Se hace tarde. El sol se está poniendo. Me sabe mal no poder quedarme más tiempo.

Y el viejo tenzo partió para su monasterio.

 Continuará... 

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